Lo más importante: por primera vez en décadas, hay un programa. Gustará más o menos, pero hay rumbo. Y la política -aunque a los gritos- lo empieza a aceptar.
A ver. si uno compara los primeros 14 meses de los últimos presidentes argentinos, el panorama no deja de ser interesante. Y necesario, porque en medio del ruido y las quejas, vale la pena mirar los datos, los contextos. y, sobre todo, hacia dónde va cada modelo.
Arranquemos con Cristina Fernández en 2008. Tuvo viento de cola, commodities por las nubes y una economía heredada bastante ordenada por Néstor. Aun así, la inflación ya empezaba a escaparse, con el INDEC dibujando los números. La pobreza estaba relativamente contenida, pero el salario en dólares venía cayendo lentamente. La canasta básica seguía subiendo, aunque sin el estallido que vendría después. Y el relato empezaba a reemplazar a la realidad.
Después llegó Macri en 2015 con un discurso de apertura y cambio. En 14 meses, la inflación seguía alta, el salario en dólares se había recuperado un poco, pero a costa de deuda y atraso tarifario. El famoso gradualismo, que en la práctica terminó siendo "no tocar nada por miedo al costo político". Resultado: el mercado perdió confianza rápido y la bomba siguió inflándose.
En 2019 asumió Alberto Fernández, y en 14 meses ya estábamos encerrados por la pandemia. Pero incluso antes de eso, la economía no arrancaba. Inflación reprimida, brecha cambiaria, cepos por todos lados. El salario en dólares se desplomó. La pobreza pasó del 35% al 42% en un abrir y cerrar de ojos. Y lo único que se multiplicaban eran los planes, no el trabajo. Otra vez, la fantasía de que el Estado podía resolverlo todo.
Y ahora, Javier Milei. Primer presidente que aplica, de verdad, recetas completamente distintas. Ajuste fiscal real, sinceramiento de precios, fin de la emisión descontrolada. Obvio que duele. Pero en 14 meses, la inflación empezó a bajar, y fuerte. La canasta básica sigue siendo alta, sí, pero se empieza a estabilizar. El salario en dólares cayó al principio, pero ahora está empezando a recuperar terreno. Y la pobreza, si bien sigue siendo grave, ya no sube como antes, y los indicadores muestran un freno claro.
Lo más importante: por primera vez en décadas, hay un programa. Gustará más o menos, pero hay rumbo. Y la política -aunque a los gritos- lo empieza a aceptar.
La Argentina probó con todos: populismo, gradualismo, relato, parche sobre parche. Y nada funcionó. Hoy, por primera vez, alguien rompe ese molde y va a fondo con medidas impopulares pero necesarias. No es magia. Es ajuste, orden y paciencia.
Si se sostiene, si no se tuerce el rumbo, si se anima a mejorar sin tranzar con el desastre, tal vez estemos viendo el principio de algo distinto. ¿Y si esta vez sí funciona?